Jueves Lardero, el día que los guachos pasan en el campo

Tengo que contar el jueveslardero tal como lo vivía cuando yo era uno más de aquellos niños que invadían la Huerta de Arjona o la Huerta Solera un jueves de Febrero de cada año.

La jornada era precedida de gran expectación por los pequeños ya que se trataba de una auténtica aventura, una exploración en solitario del campo sin ser vigilado por los mayores. Se pasaba la semana en preparativos sobre lo que cada uno llevaría en su fardel, el camino a seguir, sobre si alguien se llevaría un balón para jugar un partido de fútbol, etc...

Llegado el gran día se emprendía la marcha. La mayoría escogía le Huerta de Arjona como destino mañanero ya que se trata de un paraje más dado a la aventura que la Huerta Solera, más concurrida por los mayores. De esta manera bien temprano se iniciaba la marcha enfilando el camino de la Fuentegrande, tomando su tiempo para echar un vistazo a su famosa terma romana, atravesando una de las ramblas adyacentes a la "Cañá", y llegando por fin a la Huerta de Arjona tras probablemente una hora de marcha. Una vez allí, lo primero era encontrar un sitio idóneo para establecerse, comerse el bocadillo del almuerzo y tratar por todos los medios que ningún gracioso te quitase el fardel. Después comenzaba la exploración del por entonces espectacular paraje con su balsa, olmeda y pinar. A media mañana se formaban grupos de juegos, generalmente al pillar, al fútbol o a los "partidos quemaos". Todo el paraje era una algarabía.

A eso de las 2 llegaba el momento de comer. Se atacaba entonces el típico hornazo con su huevo duro y su longaniza. Los grupos más organizados se aventuraban incluso a hacer una hoguera y cocinar algo, pero estos eran los menos.

Al terminar de comer se producía la gran marcha hacia la huerta solera tomando el camino de la vía. Era un paseo bastante largo pero merecía la pena pues por la tarde en la huerta solera se juntaba todo el mundo y había juegos para todos. Poco importaba ya que los mayores estuviesen también por ahí.

Por último, con el sol poniéndose, todos volvíamos al pueblo contentos por un día de aventura y con los pies algo castigados por las duras caminatas. En el fondo de los fardeles siempre quedaba algo que repiscar en éste último tramo del día.

 

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